Aquiles, espíritu exaltado

Ilíada, de Homero
Fac ut urdeat cor meum
Odisea e Ilíada
En los poemas homéricos son dos los protagonistas por excelencia: Aquiles en la Ilíada y Odiseo en la Odisea. La huella odisiaca es más amplia en la cultura, seguramente por su figuración prototípica de lo apolíneo, así como su linealidad. Pero no por ello debemos subestimar a Odiseo: representa de la manera más bella la prudencia, ecuanimidad, mesura, respeto, dignidad, honor, valentía. Y esto no solo se ve en los poemas homéricos; por ejemplo, en el Áyax de Sófocles Odiseo muestra una vez más su grandeza: aunque Áyax haya muerto siendo su enemigo, reconoce en él su valentía y dignidad, por lo que reclama, apoyando a Teucro, una restitución de su honra. Odiseo, también conocido por su ingenio, no le teme ni a cíclopes, ni a sirenas, ni a monstruos marinos, ni a pretendientes enfurecidos. Todo a su alrededor es congruente y uniforme, todo está a favor de su destino, un destino feliz y perfecto.
Presencia, exaltación, rebeldía
Pero Aquiles también es valiente, también fuerte y mañoso. Entonces, ¿cuál es la principal diferencia? Se puede sintetizar en varias palabras: presencia, exaltación, rebeldía. Y es que, a diferencia de Aquiles, Odiseo entra en el mundo de las ideas, abandona la presencia a favor del raciocinio. Sin embargo, la fuente de donde emana la potencia de Aquiles se limita al mundo sensible. Si Aquiles rechaza continuar en la batalla tras la disputa con Agamenón es porque se ha puesto en duda su honor: Aquiles es el mejor, y cualquier titubeo es intolerable. La prudencia, actitud que esperaríamos de Odiseo en esta situación, es impensable en Aquiles. Y si Aquiles vuelve a la batalla es por amor, por amor exaltado, nada ni nadie lo puede parar, su venganza es su destino y luchará aunque el fuego y el agua, los dioses o cualquier héroe traten de impedírselo. Como afirma Platón en El Banquete, «A Aquiles, el hijo de Tetis, [...] pese a estar advertido por su madre de que moriría si mataba a Héctor y de que, en cambio, si no lo hacía regresaría a casa y moriría viejo, tuvo el valor de preferir, por socorrer a su amante Patroclo y vengarlo, no solo morir por él, sino incluso morir una vez que este había acabado ya sus días» . Mientras que el destino de Odiseo es la gloria, el de Aquiles es la defensa de su principio rector, existencia que rebosa su propio ser y se desborda. Además, su obstinación es su mayor virtud y no sólo acepta su sino, también lo ama, lo llora, se desnuda ante él. Héctor acepta su destino ante Andrómaca: el de morir por Troya. Y Aquiles vivirá y morirá para y por matar a Héctor y así vengar a Patroclo.
La Ilíada es
el primer poema de la literatura occidental y nos muestra el recorrido
de la eternidad a la finitud, el proceso de aceptación de la muerte.
Aquiles elige ser mortal para así poder vivir una vida plena, con una
identidad propia, rechazando la felicidad inmutable del amparo de los
dioses.
Una batalla divina. Caos y orden
A diferencia de la Odisea, donde participan pocos dioses y hay una voluntad compartida para cumplir el retorno a casa del héroe, en la Ilíada es sorprendente la presencia tan constante y protagonista de los dioses, quienes con la excusa de la lid troyana combaten entre ellos por sus propios intereses. Y es que así como los hombres son deiformes, los dioses son también esclavos de la vanidad. Por la debilidad de Paris comienza la guerra de Troya y por debilidad también Hera y Atenea luchan contra Afrodita. Por magnificencia los dioses rigen las leyes del mundo, y por magnificencia los hombres llevan a cabo ambiciosas empresas. Pero una cosa está clara: la pretensión de querer ser iguales que los dioses, contrarialos o no seguir sus advertencias sale cara. Y por eso muere Áyax, por eso muere Aquiles y por eso vive Odiseo. Este se porta bien; aquellos, en cambio, son rebeldes.